Marketing político digital, más allá del candidato
Hacer consultoría política hoy, implica entender que los medios digitales no son una extensión de la mercadotecnia ni un nuevo canal de comunicación. Algo más complejo que sólo estrategia.
La publicidad electoral tradicional es cosa del pasado. Cada vez más, los canales digitales influyen de manera determinante en los movimientos sociales, el activismo y la participación electoral.
PARA GUAYMAS
CON HUELLA
El marketing político digital se
extiende más allá de la
promoción de candidatos,
partidos y plataformas
electorales en Internet
incluyendo teléfonos
móviles, redes sociales,
publicidad gráfica, marketing
en motores de búsqueda,
plataformas, comunidades
y cualquier otra forma de medios digitales.
extiende más allá de la
promoción de candidatos,
partidos y plataformas
electorales en Internet
incluyendo teléfonos
móviles, redes sociales,
publicidad gráfica, marketing
en motores de búsqueda,
plataformas, comunidades
y cualquier otra forma de medios digitales.
Hacer consultoría política hoy, implica entender que los medios digitales no son una extensión de la mercadotecnia ni un nuevo canal de comunicación. La estrategia electoral requiere entender toda la diversidad y complejidad de esta herramienta, abarcando tanto su desarrollo tecnológico, como los efectos que tienen en la evolución psicológica, social, política, conductual e ideológica de los ciudadanos.
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LA ELECCION DEL FIN DEL MUNDO...
Presentación
Pocas ocasiones como en la que vivimos, la elección presidencial que tendrá
lugar en 2018 ha despertado tanto interés entre periodistas, analistas, acadé-
micos, políticos y ciudadanos. Si bien, buena parte de los comentarios que ya
empiezan a saturar medios tradicionales y digitales se relacionan con los aspirantes
y sus posibilidades –reales o supuestas–, hacía falta un texto que desnudara todo
el entramado que hay detrás de la manera en que destacados actores políticos se
mueven para, desde sus respectivos partidos, posicionarse de cara a los siguientes
comicios, además de considerar los antecedentes vividos en México durante los años
del partido oficial hegemónico.
Cuadernos de Indicador Político ofrece ahora, gracias a la pluma de Carlos
Ramírez, una radiografía que desnuda esta parte del sistema político electoral
mexicano, ubicando en su lugar a cada una de las piezas que componen este medio,
así como los alcances que podrían tener de cara a un proceso electoral que
se vislumbra competido y con un elemento propio de cualquier democracia, la
incertidumbre respecto al resultado final.
Nuestros lectores podrán conocer la manera en que se pelearon las candidaturas
a la presidencia en el seno priísta en la segunda mitad del siglo XX, así como
empezó a emerger, en los años 80 del siglo pasado, una oposición que comenzó a
arrebatar en las urnas las victorias a un priismo que aún hoy no termina de adaptarse
a un entorno electoral competitivo.
Asimismo, no sólo los partidos considerados grandes –como PAN, PRD o
Morena– son parte de esta competencia, sino que también se revisa el papel y las
posibilidades de los integrantes del bando independiente, quienes podrían tener
un papel destacado en la siguiente campaña electoral.
En resumen, se trata de un texto que servirá para que cualquier ciudadano interesado
comprenda el contexto en el cual se desarrollarán las elecciones de 2018, unas
votaciones que se antojan definitivas para, como apuntó Carlos Ramírez, redefinir el
rumbo de la Nación… o para engrosar la lista de oportunidades perdidas.
Armando Reyes Vigueras
Director Editorial
La elección presidencial del 3 de
junio de 2018 será la última del viejo
México priísta que se niega a morir
y el ingreso de la república a una
zona de incertidumbre política ante
la inexistencia del nuevo sistema político/régimen
de gobierno/Estado.
El PRI ya estableció que el 18 no será
el 2000 ni el 2006, el PAN entendió
su fracaso en el 2012, el caudillo Ló-
pez Obrador sabe que será entonces o
nunca, el PRD asistirá a su propio funeral
sin cenizas de las cuales resurgir
y la sociedad activa aunque minoritaria
quedará desencantada una vez más
de una sociedad pasiva mayoritaria
sin ciudadanía.
En este sentido, en el 2018 todo
cambiará para seguir igual.
El sistema político fundado por
el PRI seguirá crujiendo las amarras
ante las diferentes tormentas perfectas,
pero seguirá siendo la estructura
de poder funcional a la continuidad
cuando menos de las élites en el poder.
El PRI llegará fracturado, el PAN
se dividirá, el PRD seguirá extinguiéndose,
Morena se ahogará en el
funcionamiento como movimiento
caudillista-cesarista y la sociedad no
partidista de nueva cuenta quedará
desencantada porque las posibilidades
de candidatos independientes padecerán
el síndrome priísta de la ambición
por el poder.
Como el tiempo de la transición se
ha agotado y las fuerzas políticas confundieron
reglas electorales estrictas y
no la reconstrucción del sistema polí-
tico, la alternancia del 2000 recordará
a la sociedad que lo que está en disputa
será el cargo máximo en el poder
ejecutivo. Y que las élites que van a
competir por las candidaturas y por la
victoria electoral serán las mismas que
han funcionado en gobiernos federal
o estatales o municipales no para
instaurar un nuevo sistema/régimen/
Estado sino para aprovechar los beneficios
de haber llegado a las cúpulas
del poder. Y lo peor de todo es que no
será siquiera la restauración del viejo
régimen, sino la revalidación de ese
régimen que permite la alternancia…
hacia ninguna parte.
Las experiencias de transición a la
democracia en otras sociedades tuvieron
liderazgos intelectuales y fuerzas
políticas dispuestas a la instauración
de nuevas formas de gobierno y de
convivencia. Ayudó a ese proceso que
venían de regímenes autoritarios, dictatoriales
y represivos. México cumplía
con las exigencias del agotamiento
del viejo régimen, pero le faltaron
las fuerzas políticas e intelectuales del
cambio. La alternancia en el 2000
supuso que el mero relevo en la titularidad
del ejecutivo federal sería suficiente
para dinamizar la democracia.
Al final, Fox y Calderón en la presidencia,
López Obrador en la jefatura
de gobierno del DF, gobernadores no
priístas y el PRD y el PAN como fuerza
equiparable al PRI en el Congreso
sería suficiente.
El problema del 2000-2012 fue
que nadie supo definir el nuevo rumbo:
una transición hacia la dimensión
desconocida. La vieja estructura
de poder verticalista del PRI quedó
vigente y ayudó a gobernantes del
PAN y del PRD a mantener el dominio
político en espacios territoriales
y sociales de la república. La transición
como modelo de transformación
política fue derrotada por el pensamiento
político priísta dominante: la
alternancia en una élite pragmática
desvió el camino de la reconstrucción
del sistema político priísta que se fue
nutriendo de las experiencias de las
monarquías indígenas, de las prácticas
virreinales, del liderazgo caudillista,
de la dictadura personal y de la
estructura de poder centralizado.
La confusión del 2000 radicó en
suponer que bastaba con un nuevo
partido en las viejas o corroídas estructuras
de poder para instaurar una
democracia. Paradójicamente el poder
presidencialista rumbo al 2018 es
aún más fuerte que el que existía en
el 2000 panista, con la circunstancia
agravante de que el PAN en la presidencia
de la república no supo entenderlo
y por tanto no supo usarlo.
El PRI en Los Pinos en el gobierno
del presidente Peña Nieto ha carecido
de espacios de poder pero ha sabido
sacarle ventajas en el ejercicio de los
hilos autoritarios del poder institucional
priísta.
El país esperaba que la alternancia
en el 2000 y en el 2012 ofreciera una
salida estructural a la crisis nacional.
Si el PRI encontró su edad de oro en
las posibilidades de un crecimiento
económico promedio de 6% anual en
el largo periodo 1954-1982 y una tasa
de inflación de 2% anual en el ciclo
estabilizador hasta 1973, el deterioro
del liderazgo del PRI estuvo en su incapacidad
para ofrecer estabilidad con
desarrollo social. De 1982 a 2016, la
tasa promedio anual de crecimiento
económico ha sido de 2.2% anual,
frente a una tasa demográfica promedio
de 2.25% y un aumento promedio
anual de la población económicamente
activa de económicamente .